Seis de la mañana.
Suena el despertador.
Son muchos días ya sin actividad alpina y esto hace que me
levante con ganas.
¡Nos vamos a Peña Santa!
Me encuentro camino de los Picos.
En un puente sobre el pueblo anegado de Escaro, en el pantano
de Riaño, un lobo corre en dirección contraria hacia nosotros. Al percatarse
del inminente e inesperado encuentro vuelve sobre sus pasos emprendiendo una
frenética huída que culmina en un enérgico salto para fundirse entre las rocas
y la vegetación de los márgenes de la carretera.
Transitamos carreteras heladas y sinuosas en las que de vez
en cuando te disparan desde arriba con bombas de piedra. Tengo que mantenerme
siempre alerta.
Quiero llegar al Jou Santu a una hora segura ya que parece
ser que la nieve está un poco inestable y esto me exige alegría al volante.
La pista que conduce a Pandecarmen está totalmente cubierta
de nieve.
Aparece el GREIM de
Cangas. Nada me hacía sospechar que no sería la última vez que estos días, me
encontraría con las fuerzas y cuerpos de seguridad del estado.
Ellos deciden dejar el coche al comienzo de la pista pues
dudan de su transitabilidad.
Uno anda curtido en este tipo de empresas, el trabajo de
forestal te obliga continuamente a recorrer pistas en mal estado.
En Pandecarmen, finalmente, la Nicanora (mi Land Rover),
queda bloqueado en la nieve. No importa. Hemos llegado a nuestro destino.
Sacarlo de aquí será un nuevo reto, pero no es momento ahora de pensar en ello.
En el panel informativo del parque no advertimos restricción
alguna sobre mudanzas. Así que cargamos nuestros armarios a la espalda y
subimos contentos hacia el que será nuestro hogar durante los próximos 5 días.
O al menos eso creíamos nosotros.
Estoy donde quiero estar.
Hago lo que quiero hacer.
El esfuerzo y el sacrificio son al mismo tiempo la recompensa
y el combustible para seguir.
Los picos son como un gran milhoja de nata. Están
increíblemente nevados bajo un cielo azul plomo.
En Vegarredonda, parada en boxees para hidratar y encuentro
con Fredo y Andrés que bajan de las Barrastrosas.
Nos cuentan lo que no queremos escuchar. Las condiciones
arriba no son buenas. La nieve esta inestable. Presenta un gradiente de
transformación en relación a la cota de tal manera que cuanto más arriba más
inestable.
Pero queremos comernos nuestra ración de merengue. Solo
llegar hasta las entrañas del macizo supone una gran recompensa. Ver la
preciosa estampa de las montañas nevadas desde su base merece la pena.
Hay un buen paquetón en Picos.
Seguimos una huella que nos aleja del camino habitual en
varias ocasiones pero al final nos deja en el Jou de los Asturianos.
Hay menos hielo del que creíamos.
El pollo está a medio hacer.
Hemos llegado hasta aquí para volver sobre nuestros propios
pasos igual que le pasó al lobo de Escaro.
Llegamos tarde a Vegarredonda y nos levantaremos temprano.
Al amanecer ya estamos en Pandecarmen y la helada nos ayuda a
sacar el coche hasta la carretera.
Estas han sido también unas jornadas de abrir, pero de abrir
huella.
Todo estaba pensado para pasar unos días en Picos y ahora me
encuentro en la butaca de un tren camino a Cataluña.
¡Qué reveses da el destino!
Me reencuentro con Camino. Nuestra relación durante el
invierno baila siempre al son de borrascas y anticiclones.
Intentaré compensarla aportándole toda la energía que las
montañas me entregan.
De hecho, en ocasiones, esto sucede de manera literal pues
pequeñas descargas eléctricas se producen cuando la beso.
Amanece de nuevo.
Salgo a la calle en Manresa. Camino 200 metros y veo como se
aproxima hacia mí a toda velocidad una patrulla de los Mossos de Escuadra.
Ando buscando un locutorio donde conectarme a Internet.
Mientras, Camino trabaja.
Los Agentes finalmente se dirigen a mí indicándome que me
identifique y que les acompañe a comisaría.
Lamento no tener pulsómetro. Me vendría bien para controlar
mi ritmo cardiaco en estos momentos.
Instantes después me encuentro en dependencias policiales por
parecerme a un sospechoso con delito desconocido.
El trajín de policías es continuo.
Unos con uniforme, otros de paisano, pero todos con pipa.
Van a someterme a una rueda de reconocimiento.
Algo rutinario para ellos según dicen.
Me pregunto que pasará si el testigo finalmente me señala a
mí.
Entre tanto traen a otro invitado a la fiesta judicial.
Tenemos cierto parecido e incluso vestimos el mismo tipo de
ropa.
Pienso que la cosa va a estar entre él y yo.
Llegan otros dos más. Son marroquíes. No nos parecemos en
nada. Les han traído para hacer bulto.
Se acerca un policía de paisano. Va armado.
Nos cierra la puerta de la sala donde nos encontramos.
Nos dice que la abramos en dos minutos. Intenta ocultarnos
algo que va a pasar al otro lado de la puerta.
Echo mano del Suunto Core. Transcurridos los dos minutos abro
la puerta bajo la atónita mirada de mis compañeros de cautiverio.
Tengo muy claro que mientras me sigan dando opciones seguiré
abriendo puertas.
Tras una larga espera nos trasladan a la zona del
reconocimiento.
Sobre una pared blanca cinco números.
Me colocan bajo el dos. A los otros tres los ponen a mi
izquierda.
El uno está libre.
Un gran espejo se encuentra a metro y medio enfrente nuestro.
Detrás de él la jueza y el testigo.
Me veo a mi mismo allí reflejado, rodeado de esta gente con
los polis controlando la situación y de nuevo echo de menos un pulsómetro.
Pienso que estoy en el largo duro de Sueños de Invierno
colgado de una punta de clavo tras una sección de varios metros de ganchos y
plomos cuando entra en juego el número uno.
Viene esposado y acompañado por varios agentes.
Sin duda se trata del principal sospechoso.
De aspecto recio y curtido en mil batallas, le miro las manos
a ver si le falta algún dedo.
Me pregunto a mi mismo por qué estoy aquí. Es algo que suelo
hacer cuando las cosas se descontrolan.
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